martes, 1 de noviembre de 2016

FENOMENOLOGÍA ARQUITECTONICA

"LA POÉTICA DEL ESPACIO"
 Gaston Bachelard


"Imaginación dueña de mi universo" 

Considerada como una de sus principales obras, "La poética del espacio" (1957) es a su vez considerado un libro de filosofía, y también de literatura, el ejemplar aborda tópicos principales como la poética, el espacio y la imaginación. Realiza un ensayo bajo un análisis fenomenológico, con el uso de metáforas acerca del espacio. El libro consta de diez capítulos que se van hilvanando uno con otro, llevando al lector a una experiencia reflexiva, intima e imaginativa.

Es necesario destacar, que para leer esta obra, es recomendable hacer una lectura reposada y continua, ya que en sus capítulos hace referencia a los anteriores.

En los dos primeros capítulos, el autor hace referencia a la casa, como ese espacio interior y privilegiado donde el ser humano puede descubrir su intimidad, puede ser con libertad. Aquí, el autor realiza un análisis espacial de la casa en tanto imagen poética. Para Bachelard la casa es un elemento de integración psicológica, morada de recuerdos y olvidos.

La casa, es el primer universo de la cotidianeidad, pero se proyecta como un auténtico "microcosmos": una unidad de imagen y recuerdo. Su funcionalidad reside en que sirve como detonante del proceso de reminiscencia. En este sentido, Bachelard, destaca la importancia de las grandes imágenes simples, como la casa, y ello porque fomentan el fenómeno de liberación poética pura.

Es el lugar de temores y resguardo. La casa es el primer espacio donde somos y el cual queremos recordar por el resto de nuestra vida, llena la imaginación de experiencias, vivencias que transforman y perduran en la memoria. Espacio que proporciona una imaginación que sobrepasa la realidad. Es un universo en el mejor rincón del mundo, donde se construye el ser.

Al respecto el autor comenta: "si de una casa se hace un poema, no es raro que las más intensas emociones vengan a despertarnos, de nuestros sueños conceptuales y de nuestras geometrías utilitarias" [1]. Es entonces la casa, lugar de cobijo, de soledad y de encuentro, de ensueños y realidades, recuerdos y vivencias, es nuestro espacio, sus muros significan más que protección. Se vuelven parte de nosotros.

Haciendo ya consciente al lector que el espacio más que físico, es un creador de imágenes poéticas, un universo libre, genuino, lleno de sentimientos; estos capítulos son una breve introducción a los apartados sucesivos. Dando así un primer acercamiento hacia la imagen poética, creada gracias a la imaginación.

Dentro del capítulo 3, el autor esboza una fenomenología de las imágenes poéticas del secreto, usando en su lenguaje metáforas como lo son: el cajón, los cofres y los armarios. En este capítulo se destaca la reducción de la metáfora poética a su mera funcionalidad. Pero estos objetos pueden proyectarse más allá de su función, y esto sucede cuando opera desde ellos la reflexión, una dicotomía inseparable de; "secreto/descubrimiento". Para el filósofo el secreto conlleva el ensueño de la intimidad, al descubrirse individualmente el ser en lo más profundo de él, y ya que se conoce, supone que el descubrimiento es la apertura, como acto original y creativo. Es ese resultado de tan íntima conexión.

En las páginas de: "el nido, la concha y los rincones"; bajo un lenguaje literario, poético y metafórico, el autor hace referencia a tópicos tan importantes como: la seguridad, la construcción propia del ser y el reconocimiento de cada individuo dentro de su espacio. Como sus líneas lo dicen "El nido como toda imagen de reposo, de tranquilidad, se asocia inmediatamente a la imagen de la casa más sencilla" [2]. Y páginas más adelante lo reafirma; "Nido, concha, dos grandes imágenes que repercuten en sus ensueños. El principio de los ensueños que acogen tales leyendas rebasa la experiencia" [3].

En el capítulo séptimo: "la miniatura" el filósofo identifica a la miniatura como un "albergue de la grandeza", la llegada a esa intimidad que contiene toda la grandeza del ser", como ese umbral que el habitante atraviesa para pasar de un espacio que ve, a un espacio que vive. La miniatura hace soñar, y el tiempo comienza a medirse por intensidad, no por duración. Hace una reflexión acerca de que para poder vivir y encontrar dicha miniatura, hay que saber observar las pequeñas sutilezas y para tal acción es necesario abrir la mente y el corazón. Sin prisa, despacio y lentamente.

Durante todo el capítulo nos va llevando hasta el siguiente: "la inmensidad intima", donde nos relata acerca del resultado de la conexión del ser con esa miniatura, de ese descubrimiento que realiza al saber leer su mundo, y no es más que la inmensidad propia; y es dicha inmensidad interior la que da significado a nuestro mundo exterior. Como lo afirma textualmente "un espacio inmenso mantiene una relación más íntima de lo pequeño y grande. El alma encuentra en un objeto el nido de la inmensidad" [4]. Y es en la inmensidad donde se descubre la intensidad del ser íntimo.

Ya en la sección nueve, Bachelard habla de la dialéctica de lo del dentro y de lo de fuera. Tiene implicada la dialéctica del sí y del no, para el autor este dialogo se trata de ser y el no ser. Las imágenes poéticas referidas al dentro/fuera hacen referencia a la intimidad pequeña que contempla solamente y la experiencia real de vivir.

En alguna de sus líneas, dentro de este capítulo, el autor sugiere que: y aquí (dentro) no hay apenas espacio; y tú te calmas casi, pensando que es imposible que algo demasiado grande pueda sostenerse en esta estrechez… pero fuera, fuera todo es desmedido.

En "La fenomenología de lo redondo", última sección de la obra. El autor nuevamente hace uso de las metáforas para evitar una confusión y alejarse de toda evidencia geométrica, pues la idea principal es partir de una especie de intimidad de la redondez. De la redondez directa de imágenes e imaginación pura. Ejemplificando con poemas y citando artistas, nos llama a una actualidad del ser. De ser esferas, sin límites, sin superficies, de enriquecernos con cada experiencia.

Es este último, un capitulo abierto como lo afirma el propio autor, es sólo la entrada a un libro posterior donde se hablará de la metafísica implícita, y la actividad propia de la imaginación pura. Pueden surgir varias interrogantes, pues después de leer estás líneas, como han incidido en mí y en la profesión. ¿Cómo trasladar todas estas bellas ideas dentro de un campo tan material como la arquitectura? o ¿Por qué es necesario el libro para un arquitecto?

Porque cada obra arquitectónica no debe ser una mera atracción material, sino espiritual, a lo interno. Ya que existe un mundo aparte del físico y tangible, un mundo emocional, nuevo y existencial. Y es el poeta el encargado de recuperar ese mundo, el cual se ha dividió gracias a reproducción de los espacios, por eso es necesario que la arquitectura deba contener poesía. Ver más allá de la reproducción de un objeto es revivir el sueño.

Y es necesario que el arquitecto deba de encontrarse en esa inmensidad intima, de la que habla Bachelard, donde comienzan a surgir imágenes que poco a poco les dará forma para terminar en una bella expresión. Pero no puede llegar a ella sin antes entender que los espacios forman parte del ser, son su concha, su mundo, el lugar donde es, su resguardo, su guarida; y que más que lo material, son sus anhelos, su reflejo y sus sueños.

El crear arquitectura basada en reflexiones y entendiendo la esencia de cada espacio, para logar transmitir mediante nuestro lenguaje, un espacio que se viva con todos los sentidos. El hacer sentir al habitante mortal y así entender nuestra existencia y lugar en el mundo.

Tras esta reflexión y amplio panorama que me ha ofrecido esta obra, creo que la arquitectura no se encierra solamente en sus muros, es sólo la invitación para experimentar, mediante ella, un universo propio que puede crear sentimientos, emociones, que entrelazan lo terrenal con lo divino.

Notas 

1. Bachelard, Gaston, "La poética del espacio", México: FCE, 2011, p. 85. 
2. Bachelard, op. cit., p. 132. 
3. Bachelard, op. cit., p. 155. 
4. Bachelard, op. cit., p. 264-170. 

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