Fragmento del texto de Bernard Tschumi publicado en
el número 34 de la Revista Arquine (2005)
Concepto versus Contexto(s)
No hay arquitectura sin concepto —una idea general, un
diagrama o un partido dan coherencia e identidad a un edificio. El concepto, no
la forma, es lo que distingue a la arquitectura de la mera construcción. Sin
embargo, no hay arquitectura sin contexto (excepto para la utopía). Una obra
arquitectónica está siempre situada o “en situación”, localizada en un sitio.
El contexto puede ser histórico, geográfico, cultural, político o económico. No
es nunca sólo un asunto visual, o lo que en los años 80 y 90 se llamaba
“contextualismo”, con cierto conservadurismo estético implícito.
Dentro de la arquitectura, el concepto y el contexto son
inseparables. Frecuentemente, también, están en conflicto. El concepto puede
negar o ignorar las circunstancias que lo rodean, mientras que el contexto
puede oscurecer o difuminar la precisión de una idea arquitectónica.
¿Debería prevalecer alguno de estos dos términos sobre el
otro? La historia de la arquitectura abunda en debates entre los partisanos de
la tabula rasa —el concepto— y aquellos del genius loci —el contexto— o, dicho
de otro modo, entre conceptos genéricos y específicos. La respuesta puede
descansar no en el triunfo de uno sobre otro, sino en explorar la relación
entre ambos. Como punto de partida, es útil ver tres maneras básicas que tienen
de relacionarse contexto y concepto:
1. Indiferencia: donde una idea y su situación se ignoran
absolutamente entre sí —un tipo de collage accidental en el que coexisten pero
no interactúan. El resultado pueden ser tanto yuxtaposiciones poéticas como
imposiciones irresponsables.
2. Reciprocidad: donde el concepto y el contexto interactúan
muy cercanamente, complementándose, pareciendo mezclarse en una entidad
continua sin fracturas.
3. Conflicto: donde se hace chocar estratégicamente el
concepto con el contexto, en una batalla de opuestos que los obliga a negociar
su propia supervivencia.
Estas tres estrategias son válidas como aproximaciones
arquitectónicas. Seleccionar la adecuada para un proyecto dado es parte del
concepto.
Si estamos de acuerdo en que concepto y contexto
invariablemente están relacionados, la pregunta que surge es si un concepto
puede contextualizarse o, viceversa, si un contexto puede conceptualizarse.
Contextualizar el concepto significa adaptarlo a las circunstancias de un sitio
o situación política particular. Conceptualizar el contexto significa
transformar las idiosincrasias y restricciones particulares de un contexto en
la fuerza que empuja el desarrollo de una idea arquitectónica o concepto, no
muy diferente de la táctica del practicante de judo que utiliza la fuerza de su
oponente para su propia ventaja.
Concepto versus Contenido
¿Qué pasa entonces con el contenido? No hay espacio
arquitectónico sin algo que tenga lugar ahí: no hay espacio sin contenido. La
mayoría de los arquitectos empiezan con un programa, es decir, una lista de
requerimientos del usuario que describe el propósito del edificio. En varios
momentos de la historia de la arquitectura, se ha afirmado que el programa o la
función pueden ser generadores de forma, que “la forma sigue a la función” o,
quizás, que “la forma sigue al contenido”. Para evitar entrar en discusiones
acerca de la forma per se o de
la forma contra el contenido, la palabra forma se remplaza, aquí, por concepto.
¿Se puede sustituir la fórmula “la forma sigue a la función” por “el concepto
sigue al contenido”?
Sin embargo, el concepto de un edificio puede preceder a la
inserción del programa o el contenido, ya que un contenedor neutral puede
alojar numerosas actividades. Del mismo modo, un elemento programático puede
exacerbarse o tematizarse de tal modo que se convierta en el concepto del
edificio. Por ejemplo, en el Museo Guggenheim de Nueva York, Frank Lloyd Wright
toma un elemento implícito del programa —el movimiento a través del edificio
desde la entrada a la salida— y lo transforma en un concepto en forma de rampa
continua que, finalmente, caracteriza al museo. El hecho de que la
configuración de la rampa derive o no de la tipología de un estacionamiento es
algo secundario en relación al concepto general que determina al edificio.
El ejemplo anterior sugiere que la relación entre contenido y
concepto, como aquella entre concepto y contexto, también puede ser de
indiferencia, reciprocidad o conflicto. Se puede guisar al aire libre
—indiferencia—, en una cocina —reciprocidad— o en el baño —conflicto—, o
podemos usar una bicicleta en una plaza —indiferencia—, un velódromo
—reciprocidad— o en una sala de conciertos —conflicto.
Un programa o contenido puede ser también utilitario o
simbólico. Las relaciones de indiferencia, reciprocidad o conflicto se aplican
en cada caso. Por ejemplo, un memorial se puede hacer con agua, árboles y luz,
o puede ser un club nocturno, con cuerpos que bailan y sonidos estridentes. Por
tanto, el contenido puede calificar o descalificar a los conceptos.
Contenido versus Contexto(s)
¿Qué hay de la relación entre el contexto y el contenido?
Debates sobre los usos apropiados para cierto lugar se dan, comúnmente, fuera
de la arquitectura, es decir, en la sociedad en general. La construcción de un
aeropuerto en una reserva ecológica o de un centro comercial en un centro
histórico son ejemplos familiares de polémicas yuxtaposiciones entre contexto y
contenido. Sin embargo, tales yuxtaposiciones pueden llevar a cuestionar
conceptos sociales o arquitectónicos, como son, por ejemplo, las líneas
militares construidas dentro de túneles en los Alpes suizos durante la Segunda
Guerra o el gran centro comercial construido bajo el Louvre, en París. En otras
palabras, un santuario para aves puede construirse en un parque, o no; una
tienda en un centro comercial, o una alberca en el océano. Las relaciones entre
contenido y contexto pueden ser, de nuevo, de indiferencia, reciprocidad o
conflicto.
Hechos versus interpretaciones
Aunque los arquitectos, por lo general, distinguen claramente
lo dado —el contexto— y lo concebido —el concepto—, la relación no es tan
simple. En vez de algo dado, el contexto es algo definido por el observador del
mismo modo que un hecho científico recibe influencia del observador. Los
contextos son enmarcados y definidos por conceptos, del mismo modo que la
afirmación contraria es cierta. El contexto no es un hecho; es siempre
resultado de una interpretación. El contexto de un preservacionista no es el
mismo que el de un industrial. El primero ve el hábitat para peces donde el
segundo ve el potencial para instalar turbinas que provean energía para miles.
El contexto es, comúnmente, ideológico y, por tanto, puede ser calificado o
descalificado mediante conceptos.
Una genealogía de conceptos
La historia de la arquitectura no es tan diferente de la
historia de la ciencia. Es una historia de formas de conceptualización.
Elaborar conceptos significa empezar con preguntas o problemas que, comúnmente,
se apoyan en conceptos anteriores, pero que no presuponen la existencia de una
solución o respuesta específica.
A través de esta historia, los arquitectos han estado
fascinados con tentaciones de utopía y universalidad, principalmente, por
conceptos que puedan aplicarse, sin cambios, en cualquier situación o cultura.
De ahí nuestra obsesión con geometrías ideales, modelos matemáticos y
arquetipos sociales. Esto se aplica tanto a la era digital como se aplicó a la
analógica. Si uno quiere reconstruir la genealogía de los conceptos
arquitectónicos, encontraríamos sin duda que la arquitectura está llena de
presupuestos no cuestionados, incluyendo aquellas ideas preconcebidas que
disimulan territorios prohibidos o no autorizados, reprimiendo nuevas
invenciones y descubrimientos. Esta genealogía incluiría una lista de conceptos
generales como orden, estructura, forma, jerarquía y otros específicos como
basamento-en medio-arriba o planta libre. Aún más importante, puede descubrir
otra historia en la que los conceptos derivan, simplemente, de los contextos a
los que se dirigen. Mostraría también que los conceptos evolucionan mediante su
confrontación con el contexto y/o el contenido.
Sin la visión genérica que proporcionan los conceptos, ningún
conocimiento objetivo sería posible; sin embargo, sin la especificidad impuesta
por los contextos y los contenidos, el mundo se vería reducido a la regla
rígida y predecible de un marco conceptual. Una genealogía de los conceptos
puede, por tanto, mostrar un registro de contaminaciones a la pureza de los
conceptos dado el desorden de sus contextos, donde conceptos y contextos chocan
de formas en apariencia impredecibles y, con todo, estratégicas.